“Un banquero es un individuo que te presta su sombrilla cuando el sol brilla y te la pide de vuelta en cuanto empieza a llover” (Mark Twain)
No es corta la lista de entidades gubernamentales que, creadas con una buena intención, terminan en el cementerio de la irrelevancia pública. Incapacidad para evolucionar, pérdida de su norte, politización y corrupción son, según la autopsia de rigor, las causantes del fallecimiento.
A esta lista próximamente le añadiremos el Banco de Desarrollo Económico de Puerto Rico. El Banco, creado en el 1985 para proveer alternativas de financiamiento a empresarios locales, ha visto su función languidecer ante la falta de liquidez y los males ya indicados que atacan a todas las instituciones gubernamentales por igual.
Como empresario local, doy fe que esta institución, más allá de uno que otro préstamo bien dirigido en sus 35 años de vida, nunca logró alcanzar el sitial de una verdadera opción de crédito en la mente de los empresarios locales. Son muy pocos los empresarios y menos aún los asesores que tenían en su menú de opciones a este banco.
Claro, hay que reconocer que, en el momento de su creación, vivíamos en otro Puerto Rico. Era la época donde los depósitos de las 936 abarrotaban la banca local y el crédito comercial e individual ya empezaba a correr a dos manos. Además, fue una iniciativa aislada que siempre fue plato de segunda mesa, ante el objetivo principal de un plan de desarrollo económico (si se le puede llamar así a los planes inarticulados de aquellos tiempos) que giraban en su totalidad hacia la promoción de la inversión extranjera.
Tal vez por eso, entre otras razones, nunca se capitalizó de forma suficiente. Así las cosas, continuó su curso descapitalizado y aterrizó en el Puerto Rico de la escasez a mediados de la primera década de este siglo. De allá para acá es muy poco el impacto que ha tenido en la economía local.
Durante esta última década ha sido mucha la necesidad de crédito de los empresarios locales. Es que los bancos en la Isla (que cada vez son menos), mal heridos luego de los traspiés, cierres y reestructuraciones de la primera década de este siglo, se han enfocado en fortalecer su solidez financiera a cuentas de restringirle el crédito principalmente a los empresarios locales.
Somos muchos los que tememos esa evaluación anual de la renovación de la línea de crédito, y son aún más los que ya han sufrido la cancelación o reducción de su crédito a niveles insostenibles. Golpe tras golpe a una clase empresarial local que comenzó a descapitalizarse hace 15 años con la pérdida de sus inversiones en bancos locales, seguido por la brutal pérdida de valor de sus propiedades (que es el colateral para la mayoría de los préstamos) y rematado por las pérdidas incurridas en sus inversiones en bonos del Gobierno de P.R. Todo esto sazonado por huracanes, terremotos y el Covid-19.
Esta cadena de eventos ha dejado a nuestros empresarios a ley de un aguacero para el cierre total.
Es ahora, cuando debemos repensar, reactivar y capitalizar el Banco de Desarrollo evitando los errores del pasado. Mi visión de un nuevo banco es la siguiente:
- Que forme parte de una nueva Secretaria de Empresarismo, junto con lo que es hoy Comercio y Exportación, y otras operaciones gubernamentales de apoyo;
- Limitar su función a extender garantías a préstamos otorgados por las cooperativas de ahorro y crédito, de acuerdo con unos parámetros establecidos por su junta (industrias, regiones, tamaño, etc.). Los fondos comprometidos serán depositados en un fideicomiso;
- Delegar la originación, aprobación, servicio, y cobro de los préstamos a las cooperativas locales, despolitizando el proceso y logrando un impacto regional mayor;
- Readiestrar su personal para establecer un programa de adiestramiento a empresarios locales dirigido al desarrollo de presupuestos y el manejo de flujo de efectivo, entre otros temas; y
- Capitalización mínima de $150 millones anualmente (que es una fracción de los créditos contributivos y otras exenciones que se le otorgan a las empresas extranjeras). Incluyendo auscultar algún tipo de subvención federal para capitalizar el banco.
Llegó la hora de poner a nuestros empresarios locales en el sitial que les corresponde y rescatarlos del sótano donde la estrategia de inversión por invitación los destinó por décadas.