“A los que creen que ‘tener’ constituye la categoría más natural de la existencia humana puede sorprenderles enterarse de que en muchos idiomas no hay palabra que signifique ‘tener’”. Erich Fromm
En los años 1970 del pasado siglo, el psicólogo y sicoanalista alemán Erich Fromm publicó un libro titulado Ser o Tener. En este libro, Fromm explora cómo el materialismo de la sociedad moderna ha habituado a muchos a vivir bajo la premisa de que “quien no tiene no es”. Es decir “Tengo, luego soy” parafraseando de una forma más silvestre y mundana aquella frase de Descartes, “Pienso, luego existo”.
Para Fromm estos dos conceptos parten de orígenes diferentes, ya que el “ser” tiene que ver con la relación del ser humano con el mundo, y el segundo, el “tener”, tiene que ver con los conceptos de propiedad y posesión. Discute Fromm que uno de los efectos del desarrollo de la sociedad industrial es que ya “no se tiene para vivir” sino que se “vive para tener”.
Varias décadas después y aterrizando en las costas de esta tierra azotada por la corrupción y su hermana gemela, la necesidad de tener, somos evidencia empírica robusta de que lo propuesto por Fromm décadas atrás es correcto. Una sociedad donde el ser depende del automóvil, prendas, ropa y otros accesorios que se posea. Objetos cuyo fin principal sobrepasó la utilidad práctica de estos —ya sea para transportarnos o cubrir nuestro cuerpo— para convertirse en objetos que gritan a viva voz que somos alguien porque los tenemos.
De esa pandemia de “tener para ser” son pocos los que se escapan. La mayoría, caemos en las garras de este virus de una u otra forma; la gran diferencia estriba en lo que se sacrifica o arriesga para poder tener. Lo que no deja de llamar la atención por estos lares es la presencia continua de políticos y de contrapartes en la empresa privada cuya necesidad de “ser” parece ser insaciable.
Lo asombroso es cómo se repite el mismo patrón año tras año, sin aparentemente haber ningún aprendizaje de las experiencias de otros. Es el mismo patrón, la prebenda con el contratista gubernamental sazonada con pagos en efectivo o en especie al político de turno. En algunos casos, como el del Cano, le añade a la trama la actitud de pavo real vanagloriándose de su plumaje, esta vez en forma de ropa de diseñador y relojes exóticos.
¿Qué hay detrás de la exposición exagerada de los regalos por parte del Cano y otros como él? ¿Ignorancia, ingenuidad u osadía? O acaso la insaciable necesidad emocional de ser, que solo se logra con el tener, pero no con un tener cualquiera, no con un tener secreto o a escondidas, esos no le permiten ser; para ser, necesitan tener ante ellos, los ojos de un tercero deslumbrado.
El Cano me recuerda a esos criminales que ante la atrocidad de un asesinato, le achacan la culpa a un espíritu demoniaco que los poseyó. El Cano lo atribuye a la ceguera del poder, que como un espíritu sobrenatural lo escogió a él como víctima. A él le recuerdo que el poder no ciega, el poder abre caminos y da herramientas para atender las necesidades de aquellos que depositaron su confianza en nosotros. El Cano no fue poseído temporalmente por un ser extraño, sino que fue guiado en sus años de alcalde —y estoy seguro de que también por muchos años antes— por una insaciable necesidad de “ser”, que solo se alimenta teniendo. Fue tan voraz ese apetito, que ni el hecho de que fueran fondos públicos, lo detuvo; es más, parece ser que por el contrario, de alguna forma eso lo envalentonó más.
Este nuevo episodio de la gran tragedia de la corrupción debe servir para no solamente provocar el análisis y la reflexión, sino también para revisar el andamiaje legal pertinente para que estos actos dejen de ser un buen negocio —aunque los cojan— para los políticos y las empresas involucradas.
Juan Zaragoza Gómez – Senador PPD
Publicado en 07/12/2021 en El Vocero