Tomo prestado el título de ese gran libro de Juan Rulfo que entre cuentos narró magistralmente, ya hace casi 70 años, la dura vida del campesino mexicano. Llano humeante en lo que un día fue terreno fértil para el cultivo y el cual vino a mi memoria en estos días al oír al secretario de Educación hablar de las condiciones de lo que un día fue nuestro Departamento de Educación.
En las vistas de seguimiento del presupuesto de Educación aprovechamos para discutir la condición actual de este y los indicadores más importantes usados por el secretario para medir el éxito o el fracaso de los planes de trabajo del departamento.
Arrancamos la discusión cuestionando la efectividad del departamento reteniendo los estudiantes en el sistema y llevándolos a completar el cuarto año; meta razonable, pensamos nosotros con ingenuidad. Fue en ese momento que empezamos a divisar la humareda en la distancia. Nos dispararon a mansalva con una cifra que, aunque ya conocíamos, no deja de impresionar: un 14 y pico porciento de deserción escolar.
Como huracán estacionario sobre nuestro sistema, este nivel de deserción – terriblemente estable a través de los años – se nos presenta con una tranquilidad que fluctúa entre el cinismo del desastre y la normalización del caos. Al oír al secretario y sus ayudantes, divago y me pregunto cuánto se tardarán en bautizar este dato como un mero “relevo de carga académico”, para distraernos una vez más llamando a los desastres con términos novedosos dirigidos a anestesiar nuestra indignación.
La tranquilidad del secretario y acompañantes continuó intacta, al comentarnos sobre el 20% de ausencias crónicas, dato subestimado, ya que según él mismo con meramente estar presente en el salón hogar al momento de pasar lista ya se presume la presencia del estudiante durante el día completo. Es de todos conocido y validado por el mismo secretario la ausencia total de control en los portones (en los pocos casos que existen) en nuestras escuelas, lo que facilita que los estudiantes entren y salgan a su gusto. Si estas “ausencias” se cuantificaran, como debería ser, estoy seguro de que el porcentaje podría hasta duplicarse.
Así, paseándonos entre los escombros de lo que un día fue el departamento, el secretario continuó comentándonos del porcentaje de estudiantes que no aprueban una clase o más y el porcentaje de los que no pasan de grado. Porcentajes que también sabemos que pecan de subestimados, por lo laxo de los estándares que en muchas ocasiones determinan el aprobar o no aprobar un curso.
Ya faltos de oxígeno por el humo de las ruinas, el secretario nos remató con los nefastos resultados históricos de las pruebas META, en todas las materias, sin excepción. Cerramos el análisis cuando el secretario reconoció que no cuenta con un censo actualizado de la condición física de las más de 800 escuelas, aun luego de reconocer que más allá de las “columnas cortas”, en general la planta física de estas está bastante deteriorada. Sobre las condiciones salariales y de trabajo de nuestros maestros ni hablemos; estos literalmente dan clases entre escombros y sin materiales.
Algunos de las estrategias del secretario para hacer de la oferta académica una más interesante y aumentar el interés entre los estudiantes suenan razonables. Además, se considera la medición del aprovechamiento académico en varios momentos durante el semestre y el hacer llegar el presupuesto directamente a las escuelas, para evitar que este se “queme” en la oficina central. De igual forma planteó un plan agresivo de mejoras, ya que ahora más que nunca antes en la historia del departamento este cuenta con una cantidad extraordinaria de dinero para atender los problemas de planta física. En cuanto a los maestros, aunque no resuelve todo el problema, en el Senado estamos trabajando para reactivar el concepto de “carrera magisterial” y estamos buscando todas las avenidas disponibles para hacerles justicia salarial.
La gran ausente en las vistas fue la indignación y el sentido de urgencia entre los funcionarios. En resumen, es poco lo que queda de un departamento que un día fue agente de cambio social. De nuestro sistema educativo solo queda el llano donde descansaba, ya humeante y desolado, habitado por funcionarios que tranquilamente ven el fuego arder desde la distancia y estudiantes que caminan sin rumbo entre las ruinas calcinadas.
Juan Zaragoza Gómez – Senador PPD
Publicado en 23/09/2021 en El Vocero