Gobernar desde las ruinas

Temo no exagerar cuando digo que las estructuras gubernamentales en Puerto Rico han perdido su capacidad para proveer los servicios básicos a la ciudadanía. De lo que fue un gobierno alguna vez, solo nos quedan las ruinas. Atrás quedaron aquellos días cuando el gobierno, como conjunto de entidades dirigidas a proveer servicios a los ciudadanos, existía y, aun con sus desaciertos, respondía con efectividad ante el reclamo ciudadano.

Nuestro gobierno se ha convertido en un paciente de hospital, el cual, frente a la mirada incrédula de sus parientes y dolientes, ha ido progresivamente perdiendo fuerzas, menguando su pulso y teniendo periodos cada vez más frecuentes de total parálisis. Esta condición, de la cual décadas de mal gobierno son las responsables, se refleja con claridad en el grado de desmantelamiento de las agencias del gobierno. Con intención uso el término desmantelamiento, definido para estos propósitos como un achicamiento desordenado, arbitrario y sin objetivos claros.

Décadas de recortes de personal, ventanas de retiro, delegación de funciones básicas a contratistas innecesarios y la siempre presente politiquería nos está pasando la factura. Los escombros que esta tormenta estacionaria nos ha dejado, los vemos a diario en unas agencias que se alejan cada día más de su propósito original y se conforman con proveer servicios mediocres al País.

No existe plan de gobierno ni plataforma de partido que se pueda ejecutar cuando las instituciones responsables de llevarlas a cabo están en ruinas. Es imperativo una reconstrucción institucional, con una visión práctica, visionaria y planificada; sin excesos, pero sin remilgos, que restablezca el andamiaje necesario para mover el País hacia adelante. Para estos propósitos hay que visualizar las instituciones más allá de la mera entidad legal y sus empleados, sino también compuesta por su filosofía operativa, sus objetivos y su andamiaje legal y regulatorio.

Esta situación nos obliga a varias cosas. Primero a repensar nuestras instituciones; segundo, establecer estándares y criterios mas altos en la selección de las personas que estarán a cargo de estas; y tercero, requerir metas claras a corto, mediano y largo plazo con métricas para medir el progreso hacia estas.

En cuanto a la primera tarea, tal vez lo único bueno de tener en nuestras manos las ruinas de un gobierno que trató de serlo y fracasó, es que nos da la oportunidad única de rehacerlo, partiendo de un plan de país realista y viable. Para esto hay que preguntarse cuál es el objetivo de cada agencia, es decir, cómo pueden aportar a atender los problemas del País, cuál es su rol en nuestra historia y cómo pueden pavimentar el camino hacia el futuro. Estas tienen que ser por naturaleza agentes de cambio y no lastres que nos aferren al estatus quo.

En cuanto a la segunda tarea, en el pasado el nombramiento de jefes de agencia partió de la premisa de que la agencia a encomendarse al designado era una que, en términos generales, funcionaba y que era capaz de proveer los servicios que a esta se le requería. En otras palabras, que el capitán del navío recibiría un barco que, además de flotar, estaba en movimiento.

Hoy en día, las agencias flotan con dificultad, la mayoría atracadas entre los arrecifes de la burocracia, la ineficiencia y la politiquería. Esta es la razón, además, de la incapacidad gerencial de muchos de los que las han dirigido; por la cual una gran cantidad de los planes de gobierno de esta y pasadas administraciones se han quedado en legislación, órdenes ejecutivas o planes que nunca han podido ejecutarse con efectividad.

Finalmente, si algo ha alimentado el paso acelerado de las agencias del gobierno hacia su estado catatónico actual, es el de la siempre ausente planificación. La mayoría de las agencias tradicionalmente se han limitado a existir, como protagonistas de la gran novela de Milán Kundera, “La insoportable levedad del ser”, dejándose llevar sin ánimo y sin obstáculos hacia la irrelevancia. Lo peor de todo es que en ese paso acelerado se han llevado también al País, que no deja de mirar incrédulo cómo el gobierno se hace más irrelevante cada día.

Es grande la responsabilidad que tienen los que gobernarán el País el próximo cuatrienio, porque se enfrentaran con el reto de poner a andar un país con un andamiaje institucional que es un coloso hundido hasta el cuello en el empantanado lago de la irrelevancia.

por Juan Zaragoza Gómez – Senador PPD