“No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responda mejor a los cambios.” —Charles Darwin—
Arranco la discusión del tema con este pronóstico: en el futuro es muy probable que tengamos que pagar para tener acceso a aire libre de patógenos, así como hoy pagamos para tener agua potable y electricidad; ya sea pagando a una empresa, a un servicio público o comprando equipos para nuestros hogares y negocios.
El surgimiento del covid, sus variantes y otros patógenos ha supuesto un gran reto para la especie humana. De más está resaltar el impacto dramático en la vida y la salud de las personas y sobre el estilo de vida de todos en el planeta.
Hasta ahora, el enfoque generalizado para reducir el impacto de la pandemia ha girado en torno a las siguientes áreas: el desarrollo, la distribución global de vacunas para proteger al potencial portador del virus, el establecimiento de medidas de distanciamiento social, la limitación de la aglomeración de personas y el requerido uso de máscaras.
Sin duda, la combinación de estas medidas tradicionales de salud pública han tenido un efecto positivo en la reducción de la propagación de virus. Partiendo de lo que he leído del tema, me parece que el próximo nivel de protección —que será parte de un ataque integrado contra el virus— será atender la calidad del aire.
La ciencia —la de verdad, no la de las redes sociales— sugiere que la mayoría de los casos de covid, como la tuberculosis, se transmiten de persona a persona a través del aire, especialmente del aire en espacios cerrados o cuando las personas están juntas al aire libre.
Claro está, que no es necesario ser un experto en flujo de aire para saber que este puede ser un aliado en esta guerra, pero también puede ser un arma mortal que involuntariamente ayude a propagar el virus, en vez de atacarlo.
Enfocarnos en la calidad del aire se hace hoy más relevante debido al regreso de nuestros niños a las escuelas. Si consideramos que los niños menores de 12 años, al menos hoy, no están vacunados, y que representan una parte importante del total de alumnos de la escuela pública, un protocolo más amplio que la exigencia de mascarilla, vacunas y el distanciamiento social se vuelve esencial.
Afortunadamente, el secretario de Educación ha detenido lo que había sido una compra apresurada de equipos de “purificación de aire” para las escuelas. Esto se debe aprovechar con gran sentido de urgencia para revisar las tecnologías disponibles, integrándolas —incluyendo una estrategia para su mantenimiento— en la guía de salud pública para proteger de la mejor manera a nuestros niños.
Que no quepa la menor duda de que el equipo incorrecto puede darnos una falsa seguridad que podría ser mortal para nuestros hijos. Por ejemplo, algunos equipos pueden producir ozono, el cual según los científicos puede ser útil en determinadas circunstancias, pero ser perjudicial para los niños con problemas respiratorios. Por otro lado, aún el equipo correcto usado incorrectamente, puede resultar mortal para nuestros niños, ya que en lugar de destruir las partículas de covid podría estimular su propagación.
No existe una “solución milagrosa” para proteger el aire que todos debemos respirar. No se trata de la simplicidad de instalar nuevos acondicionadores de aire. Esto va mucho más allá; se trata del uso de la ciencia y la tecnología como arma de protección, como componente clave de un amplio protocolo destinado a reducir el riesgo de infecciones por covid.
Finalmente, no debemos permitir que esto se convierta en un problema político ni en un campo de batalla entre la ciencia y la ignorancia. La salud de nuestros niños y de todo su entorno familiar está en juego, por eso la compra de esos equipos debe lograrse con urgencia pero a la vez con extrema rigurosidad científica.
Juan Zaragoza Gómez – Senador PPD
Publicado en 07/09/2021 en El Vocero